Había acabado la clase, y ahí estaba
ella, como siempre, recogiendo sus cosas, dispuesta a abandonar el
aula como cada día. No era la vez que más guapa estaba, pero no me
importó. Me había resuelto a materializar aquella fantasía a la
que tantas vueltas le di. Era el momento de hacerlo. No podía
posponerlo más.
Ni siquiera había terminado de guardar mis
cosas, pero no pude contenerme. Salí a la puerta del aula, y, con
una determinación más propia de un lobo hambriento que de un ser
racional la miré a los ojos y la solté: -Sígueme-. Acto seguido la
agarré de su brazo, y me dirigí sin titubeos al lugar en el que
había fantaseado la escena.
Ella parecía no entender nada, como
es lógico dado lo absurdo de la situación; sin embargo, no opuso
resistencia. Se limitó a seguir, sumisa, mi indicación. Durante el
largo pasillo no aparté ni un instante la mirada de mi destino, no
titubeé, no mostré ninguna inseguridad o flaqueza. Lo tenía todo
muy claro y no quería que nada me frenase. A fin de cuentas, llevaba
deseando aquello mucho tiempo. Unos 4 años, el tiempo que hacía
desde que conocí a Esa chica. A ella me unía una relación de
amistad, por más que nos hubiésemos enrollado alguna noche puntual
en cualquier garito de la capital exaltados por el alcohol. Pero
aquel día era diferente, algo me lo decía y yo estaba dispuesto a
conocer donde estaban mis propios límites.
Ya casi habíamos
llegado. Durante nuestro paseo forzado por el solitario pasillo, Esa
chica me preguntó desorientada: -¿Qué haces?, ¿dónde vamos?- no
obtuvo respuesta. El hecho de que no me hubiese frenado en seco, o
hacer el menor ademán de zafarse de mi insistente mano me
envalentonó. Me dio más confianza, si cabe, para mi ya agrandado
ego. Por fin, y asegurándome de que nadie nos viera, decidí abrir
la puerta. Su rostro era la expresión de la confusión y, por qué
no decirlo, de la atracción hacia lo desconocido. Esa chica estaba
totalmente descolocada, no entendía nada de lo que ocurría, y,
precisamente por eso, entró sin rechistar. Inmediatamente hice lo
propio y cerré la puerta con el pestillo interior. Aquel baño para
discapacitados físicos era frío, espacioso y tremendamente limpio.
Parecía que tenía muy poco uso. Estaba ubicado en una zona poco
transitada de la universidad, alejada del barullo juvenil, casi al
final de todo el campus. No parecía que fuésemos a molestar a
nadie, o peor, que alguien tuviese curiosidad por el espectáculo que
estaba a punto de acontecer.
Tras cerciorarme de que había
cerrado bien, me giré resuelto hacia ella, que me miraba ojiplática,
entre asustada y expectante por lo que habría de ocurrir, como un
niño que se tapa los ojos con los dedos dejando hueco para ver la
escena de terror. Mi paso decidido hizo que ella retrocediera hasta
la pared, viéndose acorralada por mí. Me acerqué lo más que pude
a ella, notando el contacto de su chupa de cuero con mi jersey gris.
Advertí su acelerada respiración y su total inquietud por la
situación, que se acrecentó cuando con mis manos decidí
desabrochar el botón de su vaquero y bajar la cremallera. En aquel
momento ya me encontraba muy excitado, y pronto supe que ella
también, pues al bajar su pantalón y sus bragas hasta las rodillas,
noté muy húmedo su sexo. Sin mediar palabra ninguno de los dos,
repetí el mismo procedimiento con mis vaqueros y calzoncillos, y
fácilmente extraje mi ya erecto miembro, para empezar a penetrar a
Esa chica ahí mismo.
Fue todo muy repentino, no pasaba ni un
minuto desde que la había agarrado del brazo en la puerta de clase y
ya estaba follándome a aquella muchacha a la que tantas noches hube
deseado. El improvisado escenario no invitaba a la pasión en un
primer momento, pero lo cierto es que, quizá por lo extravagante de
la situación, ambos estábamos bastante excitados.
Desde un
primer momento yo asumí el rol de dominante, mientras que ella
aceptaba su papel de sometida. Su cazadora de cuero poco le duró
encima, y del estorbo que suponía su camiseta ya me encargué yo con
mis ansiosas manos, que acariciaban sus no demasiado grandes senos.
Ella se limitaba a agarrarme la espalda con violencia, la misma que
estaba empleando yo en cada acometida. De vez en cuando, de su boca
salían tímidos gemidos, que, en mi oído, sonaban a música
celestial. Pero aquella escena era Rock and roll. No había diálogo
ni muestras de ternura reservados a los polvos convencionales. Esto
era sexo sucio, impuro, frenético.
Cuando me percaté de que
Esa chica pronto tendría un orgasmo, y de que así me lo haría
saber a través de un ruidoso gemido, opté por taparle la boca con
mi mano agarrándola con cierta violencia la mandíbula, impidiendo
de este modo que un alarido delatase aquel tórrido encuentro en un
baño del último pasillo de la facultad. Así que Esa chica no tuvo
más remedio que tragarse su propio gozo, pese a sus intentos de
exteriorizarlo.
En el momento climático del apareamiento,
decidí sacar mi miembro de aquel mar de fluidos, para girar su
cuerpo por completo y doblarla por la cintura, viendo los detalles
más íntimos de aquel culo que me volvía loco. Se la volví a meter
por el mismo orificio, que a estas alturas ya estaba dado de sí y
empapado, en un movimiento que pareció excitarla aún más, y pronto
empecé a repetir el proceso iniciado anteriormente.
En esas
andábamos los dos; ella, apoyando las manos en la taza de loza y con
el culo en pompa; yo, de pie, con los vaqueros por los tobillos y
absorto de todo cuanto ocurriera ahí fuera. Los dos habíamos
perdido nuestra condición de sujetos racionales para convertirnos en
animales, sin ser conscientes de lo incorrecto y lo impúdico que
resulta follar en un baño para discapacitados, pero en aquel momento
no estábamos para actuar en función de los principios sociales más
elementales.
Cuando noté el inequívoco cosquilleo que precede a
la eyaculación, y percatándome de que lo estábamos haciendo sin
condón, me separé de Esa chica y tuve la delicadeza de apuntar a la
pared y correrme sobre los azulejos. Todo un gesto de caballerosidad
por mi parte. Embriagados, sudados y aún aturdidos nos miramos con
cara de exaltación por lo ocurrido. Esa chica soltó un "joder"
que me invitaba a que hiciese un comentario sobre el panorama. No
acerté a decir nada. Ni un chascarrillo, ni una broma. Nada. Tenía
poco que decir. Aquello había cumplido con creces mis expectativas,
esas que yo mismo califiqué como utópicas. Cogí papel higiénico,
me limpié cuanto pude y me subí los pantalones.
-Vuelvo al
aula, tengo que dar la siguiente clase.- Sentencié.
Y me fui.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.